¿Por dónde partimos?, ¿por las buenas noticias o por las malas noticias?
Como diplomática y representante de mi país, se supone que debería partir por todo lo bueno que ha hecho Israel en materia de género, y al final dejar un par de líneas para decir que queda mucho por hacer…
Podría hablar de que Golda Meir fue la cuarta mujer jefe de estado en la historia moderna o que Esther Hayut destaca hoy como presidenta de la Corte Suprema de Israel. Sin embargo, como mujer y como profesional de las relaciones internacionales, creo que en este caso es mejor comenzar por todo lo que falta por hacer, ya que transparentar la situación actual de la mujer en Israel, como en cualquier país del mundo, es la mejor forma de ayudar a reducir las brechas que aún persisten, abriendo los ojos para cambiar la realidad.
Y no se trata acá de remarcar si Israel está mejor o peor que otros países en temas de equidad de género, porque esto no es una competencia deportiva entre países de Medio Oriente… No, esto es una causa de interés global.
Y si bien el tema de la equidad de género es de mi interés personal, también es de interés de gran parte de la sociedad israelí.
Pero comencemos por los aspectos que requieren redoblar los esfuerzos.
En el plano laboral, en Israel, sólo el 59,6% de las mujeres trabajan, en comparación con el 68% de los hombres. La brecha salarial en 2018 fue de 15.8%, calculado por hora trabajada. Y sólo el 30% de todos los gerentes de empresa son mujeres. En la administración pública, el 62% de los empleados son mujeres, pero en el segmento de mayor rango solo el 24% son mujeres. La tendencia también es desigual en los trabajos de alta tecnología, donde sólo el 35,2% de los trabajadores son mujeres.
En el plano de la política, hace un par de años se logró el récord de 35 parlamentarias mujeres (29%), pero este año se cayó a 30. Por otro lado, en los gobiernos locales la situación es muy compleja, ya que solo el 5.4% de los municipios es dirigido por mujeres.
Del lado de lo positivo, hay que señalar que la equidad de género está consagrada en nuestra Declaración de Independencia de 1948 y en la Ley de Igualdad de Derechos para la Mujer, de 1951.
Además, diversas normativas han permitido institucionalizar los asuntos de género. En marzo de 1998, la Knéset (parlamento israelí) votó por unanimidad para establecer la Autoridad para el Avance del Estado de Mujeres, reemplazando mecanismos anteriores más restringidos.
Asimismo, en marzo de 2007, el Gobierno resolvió obligar a los ministros a nombrar mujeres para los directorios de las corporaciones gubernamentales hasta que logren una representación del 50%.
En la misma línea, en 2012, la Corte Suprema de Israel simplificó los mecanismos para configurar la causal de discriminación de género en casos de diferencias salariales.
En fin, las iniciativas de política pública son numerosas, tanto en temas de equidad como de protección de la mujer frente al acoso laboral y la violencia intrafamiliar.
Y en lo que a mi propio ámbito respecta, actualmente en Israel hay más mujeres que hombres en los cursos de cadetes, pero las jefas de misión mujeres son solo el 16% del total.
Por eso, mi nombramiento como la primera embajadora mujer de Israel en Chile también es un hito, y para mí es una oportunidad de llevar el tema de género a un nuevo nivel, partiendo por mi propio país.
En un estudio publicado en Israel el año pasado, se estableció que recién en 247 años más podría cerrarse la brecha salarial entre hombres y mujeres si seguimos al mismo ritmo. Obviamente, es un plazo inaceptable, y por eso yo propongo enfrentar estos temas considerando 4 estrategias básicas.
Primero, desarrollar una educación inclusiva e igualitaria, desde los jardines infantiles hasta la universidad, ya que los cambios culturales deben partir desde los procesos educativos.
Segundo, involucrar a los hombres en el trabajo por la equidad de género, ya que esta es una tarea de todos y no sólo de las mujeres.
Tercero, promover políticas a nivel nacional, regional y comunitario para dar soluciones a las brechas económicas y sociales en temas de género.
Y cuarto, implementar la perspectiva de género en todas las áreas del quehacer público y privado, incluyendo los campos que tradicionalmente han estado dominados por hombres.
Es cierto que el camino podría ser sinuoso, pero llegó el momento de apurar la marcha.
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