El camino de la paz es un camino sumamente difícil y no esta exento de obstáculos. Desde el nacimiento del estado de Israel, el moderno estado judío manifestó su voluntad de paz. La declaración de independencia de Israel afirma:
“EXTENDEMOS nuestra mano a todos los estados vecinos y a sus pueblos en una oferta de paz y buena vecindad, y los exhortamos a establecer vínculos de cooperación y ayuda mutua con el pueblo judío soberano asentado en su tierra. El Estado de Israel está dispuesto a realizar su parte en el esfuerzo común por el progreso de todo el Medio Oriente” (resaltado propio).
Esta oferta de paz no fue una mera afirmación para agradar a la comunidad internacional. Israel ha aprovechado las distintas oportunidades históricas para alcanzar la paz con sus vecinos. Con Egipto en 1979, con Jordania en 1994 y con Emiratos Árabes Unidos y Bahrein en 2020 tras los famosos acuerdos de Abraham (aludiendo a que ambos judíos y árabes somos hijos del mismo patriarca).
Sin embargo, las oportunidades de paz no caen del cielo, son fruto de una construcción de años con el objetivo de transformar el miedo en esperanza.
En la Perasha Vaishlaj (porción semanal de lectura de la Tora) de esta semana se nos cuenta de la historia de Iaacov y Esav, dos hermanos que se separaron durante años y que al parecer la historia los vuelve a reencontrar.
Iaakov retorna a Eretz Israel, en aquel entonces la tierra de Canaán, y ante su llegada manda sus enviados a reconciliarse con su hermano Esav para que olvide las peleas que ambos tenían. Esos emisarios vuelven y le dicen a Iaacov que Esav también “marcha a su encuentro” con 400 hombres.
A Iaacov lo inunda el miedo y se angustia. Cuenta el relato que tal era el miedo de Iaacov que dividió a su campamento en dos debido a que, si su hermano Esav atacaba un campamento, al menos el otro sobreviviría. Le ruega a dios que lo salve de las manos de su hermano y se prepara para una guerra que parece ser total.
Como vemos hasta el momento, Iaacov imagina una situación terrible y se prepara para la guerra. Pero, ¿en base a que toma esta decisión? ¿Hablo con Esav? ¿Sabe realmente las intenciones de su hermano?. Los comentaristas a lo largo de los siglos se preguntaron. ¿A que temía Iaacov?
Rashi (Francia 1040-1100) uno de los principales comentaristas de la Tora nos dice que dos eran los miedos de Iaacov. El primero era a que su hermano lo mate, pero el segundo era el miedo a tener que matar a su hermano. Es decir, el segundo miedo es verse obligado a asesinar a otra persona y mas aun a su propio hermano.
Este miedo, en términos actuales, es el mismo miedo que tiene cualquier soldado israelí en ejercicio de funciones. No quieren morir en ningún enfrentamiento, pero también saben que matar a otro ser humano es algo terrible y que, si bien en una guerra es una posibilidad, luego hay que convivir con ello.
Continuando con la historia, Iaacov tiene miedo y además de preparase para la guerra les ordena previamente a sus servidores que le entreguen como obsequio a Esav, su ganado para apaciguar su enojo y evitar la confrontación.
Finalmente, Iaacov se encuentra con Esav. El momento tan esperado y tan temido llego y es descripto literalmente de la siguiente manera:
“Corrió Esav a su encuentro y le abrazó, se echó sobre su cuello y le besó y ellos lloraron”
El abrazo y el llanto. Años sin verse y rencores no resueltos hicieron que Iaacov piense que su hermano lo quería matar. Los miedos que tenía eran legítimos, pero en vez de disiparlos conversando con su hermano, se dejo llevar por su imaginario de la situación.
¿Qué tiene que ver esto con la actualidad?
A modo de reflexión, cambiemos Iaacov por Israel y Esav por el pueblo palestino.
Los miedos son legítimos. El miedo de Iaacov (Israel) a ser asesinado o a verse obligado a matar es muy real y cotidiano en Israel. Pero, ¿qué es lo que hace falta para disipar ese miedo? A la luz de la historia que compartimos, parecería ser que el encuentro y el dialogo es lo principal.
Ahora bien, ¿qué tipo de dialogo es necesario? En el relato vimos que Iaacov (Israel) tiene mucho miedo e incluso previo a encontrarse con Esav le regala parte de sus pertenencias. Haciendo un paralelismo con la actualidad, no siempre es necesario salir al encuentro del otro ofreciendo todo. No se trata de decir “tenes razón yo me confundí, te devuelvo todo lo que te pertenece y no peleemos más”.
Probablemente esa postura no resuelva nada. Se trata de entender que lo que sucedió en el pasado, si bien pudo haber sido trágico para ambas partes, es necesario resignificarlo y otorgarle otro sentido que permita mirar hacia adelante y no continuar con peleas históricamente impuestas.
Otra lección de esta historia para nuestros días es no asumir de ante mano lo que piensa el otro o como el otro percibe la situación. Para eso es necesario el encuentro y el dialogo. No hay mejor manera de conocer al otro que charlando con el y entendiendo cuales son sus preocupaciones genuinas.
La historia que les acabo de contar termina con un abrazo conmovedor, casi poético. Quizás actualmente estemos muy lejos de ese abrazo entre israelíes y palestinos, pero no estamos exentos de la obligación moral de preguntarnos:
¿Es el abrazo la solución?
¿Que motiva a cada parte a tomar sus decisiones, el miedo o la esperanza?
¿Seguimos buscando algún tipo de reconciliación?
¿Qué pasos son necesarios para encontrarla?
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