El atentado a la AMIA1 fue tan violentamente trascendental que marcó una división eterna en la sociedad argentina en general, y en la comunidad judía en particular. Una vez cumplidas las 9:53 horas del 18 de julio de 1994, una línea imaginaria demarcó para siempre dos grandes grupos de individuos.
Por un lado, están todos aquellos que no sólo vivían en la época de la tragedia, sino que tenían la conciencia suficiente para comprender lo que estaba sucediendo. Estas personas viven el atentado como uno de esos hechos en los que se puede relatar exactamente qué estaban haciendo al momento de enterarse de lo acontecido.
En el otro sector estamos todos los demás. Los que únicamente conocemos lo ocurrido a través de la memoria colectiva, que busca mantener vivo el reclamo de justicia para que el mismo perdure, aún cuando los que vivieron el horror ya no tengan la fuerza ni la presencia para sostenerlo.
Todos nosotros somos los “hijos del atentado”, y como tales, también hermanos de la impunidad, aquella que nació en el mismo momento que explotó la Amia, y sigue creciendo con sorprendente salud año a año. A diferencia de las generaciones pasadas, vinimos al mundo con pilotes en los brazos, y una pesada mochila en la espalda.
Lamentablemente, estos 26 años nos dieron muchísimos temas para hablar acerca de juicios, encubrimientos, corrupción, y otras tantas bajezas e injusticias. Sin embargo, deseo dedicar este espacio a otra propuesta totalmente distinta.
Como uno de los “hijos del atentado”, quiero aprovechar para agradecer y reconocer a todas las personas que mostraron su valentía en los tiempos más terribles.
“Ser valiente no es no tener miedo… es no paralizarse ante el mismo”. Los terroristas generaron un profundo y asfixiante pánico en el corazón de la gente, clavando un puñal en el mismísimo centro de la comunidad, buscando con ello destruir la forma de vida judía en Argentina.
¿Por qué exponerse a perder la propia vida o de las de aquellos que queremos?. ¿Por qué quedarse en el país siendo judíos?, o en su defecto, ¿por qué tener una vida judía en este país?.
Nadie en su sano juicio puede juzgar este tipo de interrogantes, menos aún ante la avasallante sensación de impotencia y vulnerabilidad que se debió vivir por aquel entonces. Realmente cuesta imaginar lo que sintió la gente cuando tan solo dos años después del atentado a la embajada de Israel, el horror se volvía a repetir y de manera más sangrienta.
Sin embargo, las personas no dejaron que este miedo los paralizara y que los terroristas triunfen. Gracias a ellos, todos los demás podemos tener una vida judía tal como la conocemos y vivimos.
No estoy hablando de figuras mitológicas o superpoderosas, sino de seres comunes que tuvieron la valentía de tomar angustiantes y difíciles decisiones. Hablo de familiares, referentes, líderes, educadores, que salieron a decir “con nosotros no van a poder”.
Fue valiente el padre o la madre que con lágrimas en los ojos y temblor en las manos siguió enviando todos los días a su hijo al shule.
Fue valiente el profesor, entrenador o madrij que siguió acudiendo a una institución judía para educar.
Fue valiente el dirigente que dedicó horas de su vida para mantener abierta y segura su comunidad.
Fue valiente el familiar que acudió a todos y cada uno de los eventos comunitarios de sus nietos, sobrinos, primos, o tíos para acompañar a sus seres queridos.
Fue valiente el bitajon que continuó cuidando a los suyos a pesar de lo que se estaba viviendo.
Fue valiente el rabino que continuó poniendo el cuerpo cada viernes en el templo para que la gente tenga un espacio colectivo para rezar.
Y por supuesto, fue valiente el que tomó un cartel y exigió justicia cuando parecía que oscuros poderes buscaban que todo quede en el olvido.
Siendo adulto, uno puede dimensionar el miedo que todas y cada una de esas acciones implicaron, por lo que es aún mayor la admiración y el agradecimiento.
Las pequeñas terribles decisiones que se debieron tomar permitieron que los hijos del atentado tengamos una vida repleta de recuerdos vinculados a shules, clubes, templos, u otras instituciones, creando así la base de nuestra identidad judía, de la cual estamos tan orgullosos.
Alguien intentó evitar que todo ello pueda existir, y tal como dije, fue gracias al esfuerzo y sacrificio de miles de personas que los terroristas no triunfaron. La lucha no terminó, y nunca lo hará hasta que no tengamos justicia, pero parte de la batalla ya fue ganada.
Estamos acostumbrados a transmitir a las nuevas generaciones el dolor y las injusticias sufridas en los últimos 26 años. Aprovechemos este nuevo 18 j para visibilizar también estos tamaños actos de valentía y amor.
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1 El 18 de julio de 1994 un coche bomba se estrelló contra el edificio donde funcionaba la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina), dejando a su paso 85 víctimas fatales y cientos de heridos. Dicha organización, junto con la DAIA, eran y son las dos instituciones centrales de la comunidad judía en la Argentina.
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