La constitución del Estado de Israel sin dudas marcó, el hecho más trascendental de la historia del Pueblo Judío desde el comienzo extendido de la diáspora. A tres años de finalizado el hecho más calamitoso de su historia, la Shoá, un organismo estatal se creaba en torno a garantizar los derechos inalienables de un pueblo perseguido por miles de años. Muchos de los sobrevivientes del mal llamado “holocausto” se convirtieron en ciudadanos del Estado y sin embargo veremos que su recibimiento lejos de ser comprensivo presentó serias críticas a sus conductas durante el accionar genocida.
La historia del Pueblo Judío ha sido una de lucha por su supervivencia. Desde la misma salida de Egipto, los relatos nos cuentan como AMALEC ataca a los “hijos de Israel”. Otros hechos fundamentales fueron las grandes epopeyas de los reyes, la rebelión de los macabeos contra los seléucidas en nombre de la autodeterminación de los judíos frente al intento de asimilación forzada a las costumbres extranjeras, la rebelión de los zelotes,etc. El punto esencial fue el suicidio colectivo en Metzadá, última fortaleza en pie en la guerra contra los romanos (66 D.E.C- 73 D.E.C) donde los guerreros y sus familias, sitiados por el Imperio Romano, decidieron suicidarse para “elegir de qué manera morir”. La noción de propia dignidad aun ante los sucesos trágicos de la muerte.
Durante la Shoá, el paradigma de la lucha se vio reflejado en el famoso llamado de Abba Kovner, poeta del Gueto de Vilna, que expresó frente a sus hermanos de sangre que “no nos dejemos llevar como ovejas al matadero”, es decir la resistencia total frente al enemigo genocida. Luchar para rescatar la humanidad en la completa deshumanización. Dos grupos fundamentales reflejaron este “tipo ideal”. Uno de ellos fueron los partisanos, las famosas guerrillas paraestatales alzadas en diversos territorios contra los fascistas. El otro tipo ideal que fue divinizado por la sociedad israelí y el gobierno laborista de David Ben Gurion fue la rebelión del Gueto de Varsovia liderada por Mordejai Anielewicz, Marek Edelman y Antek Zuckerman de los grupos y tnuot de izquierdas y Pawel Frankel del Betar.
Ante la inminente matanza y deportación hacia los campos de la muerte, ellos decidieron resistir hasta el último aliento. Nuevamente, no se muere en la inmovilidad sino en la decisión de lucha.

En 1948, la decisión de David Ben Gurion de crear el Estado no fue solamente una cuestión territorial u organizativa. Se debía constituir un nuevo espíritu de nación, una ciudadanía, un common sense israelí. En ese movimiento constitutivo, el pasado de la diáspora, el legado de la opresión y la falta de independencia debía ser borrado para construir un mundo en común a futuro. Los mitos nacionales, esas idealizaciones míticas sobre el pasado, construyen consenso. Las historias que fueron tomadas para forjar esa idea fueron las diversas experiencias de lucha relatadas en párrafos anteriores y estableciendo la de Varsovia como aquello que refleja la naturaleza de los judíos. Así como eligieron luchar contra los nazis, los israelíes decidieron luchar contra los británicos y contra los árabes creando un Estado y viviendo constantemente ante un posible genocidio permanente. No había lugar para la pena ni el vago recuerdo sobre el Yiddish, el Shtetl o cualquier otro elemento diaspórico. Basta ver “Una Historia de Amor y Oscuridad” en Netflix en donde se expresa claramente esa melancolía por lo ya muerto, ese pasado que parasita el nuevo porvenir.
Si bien hubo muchos sobrevivientes que lucharon en la Guerra de la Independencia, el sentido general del sobreviviente era la incomprensión existencial ante lo sucedido. En términos de Hannah Arendt, los campos demostraron cómo se podía destruir la humanidad del ser humano en un nivel nunca observado; hacer a los seres humanos superfluos en tanto seres humanos. En una sociedad israelí que reclamaba Jutzpá (atrevimiento), el sobreviviente necesitaba reconstruir su humanidad, en tiempos de violencia y guerra como condición estructural de la vida, los sobrevivientes buscaban una sanación del alma.
Muchos dilemas se planteaban. ¿Por qué algunos sobrevivieron y otros no ¿Con quién se pactó? ¿A quiénes traicionaron? ¿Por qué fueron como ovejas al matadero? Estas inquisiciones lanzaban los israelíes sobre los recién llegados. El tatuaje de Auschwitz era una carga de vergüenza, un reflejo de la pasividad del sobreviviente frente a sus hermanos que “si resistieron como Edelman o Zuckerman”.
Un espíritu de acusación se erigió. Cito un ejemplo: “Zvi Zelinger llegó a Israel al nacer el estado en 1948. Cuando llegó a Israel, tenía una historia que contar. Después de la liberación por parte de los rusos de un sótano en la Polonia rural en 1945, regresó a su casa, vistiendo un zapato y muriéndose de hambre, solo para descubrir que su familia había perecido. Pero, recordó Zelinger recientemente, nadie en Israel quería escucharlo. La guerra de independencia estaba en marcha”.
No existía una mirada pedagógica. No podemos pensar la sociedad israelí en nuestros términos actuales. No existía una estabilidad económica, coyuntural y militar.
Hasta 1967, la fragilidad era el rasgo del “David” frente al “Goliat”. El testimonio del sobreviviente era la excepción; no todos fueron como Primo Levi. Nadie quería escuchar las viejas reliquias del pasado ni el trágico relato de la supervivencia de unos y no de otros. La moral murió en las chimeneas de Treblinka. La mirada sobre ellos era juiciosa, poco empática y agresiva. La situación era de un Estado al borde del colapso permanente frente a cientos de miles que eran hombres y mujeres grises; con una humanidad desgarrada. La bravura del conflicto frente a la pasividad de quien lo ha perdido todo.
Sin embargo, el cambio llegó. En 1960, Adolf Eichmann es secuestrado bajo la falsa identidad de Richard Clement por el Mossad en Argentina. Eichmann, encargado de la logística de las deportaciones de los judíos a los campos de exterminio es llevado a juicio en la Ciudad de Jerusalem y luego de muchas jornadas es condenado a muerte. Lo distintivo del juicio es que Ben Gurion y el fiscal Hausner encarnaron en Eichmann la historia de la judeofobia eterna y fue la primera instancia donde masivamente los sobrevivientes ofrecieron su relato a viva voz, de manera grabada y relatando historias personales que expresaron lo inexpresable; la muerte en masa, la desidia organizada.

Muchos de los hechos no estaban necesariamente relacionados a Eichmann, pero se intentó utilizar el relato como herramienta pedagógica. El juicio quebró la idea de la debilidad y la mirada social tendió hacia un juicio empático radicalmente opuesto a la crítica furibunda en décadas anteriores. Basta ver la apelación inicial del fiscal a los muertos y su dedo acusador, cual Emile Zolá, al genocida nazi. Una épica de la memoria.
El testimonio pasó a primer plano y la sociedad en su conjunto, anclada en la política oficial educativa, elaboró su futuro teniendo en cuenta el testimonio del sobreviviente y sin diferenciar entre “los luchadores” y los “pasivos”. La shoá fue parte del discurso activo de la política; el sobreviviente pasó a ser un guardián de la memoria colectiva del judaísmo. La palabra devino en enseñanza; el relato en garantía de la no-repetición. Mucho ayudó la famosa película SHOAH de Claude Lanzmann con más de nueve horas de testimonios y las famosas grabaciones de Spielberg.
Israel asumió un compromiso universal. El genocidio nazi se estructura en Yad Vashem con un fuerte componente del ataque a “lo judío” pero como pudimos ver en la Conferencia realizada a principios de año por dicho museo, donde las autoridades israelíes convocaron a los líderes del mundo a recordar y rememorar, se ve claramente como es un ejercicio de pedagogía hacia el mundo. El testimonio del sobreviviente es una clave vital de la enseñanza en Israel y de los judíos en el mundo.
Un ejercicio crítico de la realidad no es una adhesión fanática al sionismo. Somos sionistas y somos humanos; somos falibles. La sociedad israelí, en un contexto de extrema fragilidad y tensión, asumió una actitud reprochable hacia el sobreviviente. Sin embargo, cambió y la pedagogía sobre la Shoá ha dado un giro donde cada vez somos más lo que hemos asumido el compromiso de mantener la llama viva del recuerdo; la comprensión de lo que el hombre le hizo al hombre y la necesidad de no repetir lo sucedido.
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