Dentro de la noble misión de transmitir contenidos en el ámbito académico, resulta interesante visibilizar el problema de la tergiversación histórica y la omisión de hechos para beneficio de algunos educadores y sus variados mensajes paralelos a la hora de explicar ciertos temas.
Hace ya unos años me tocó vivir una experiencia como alumno de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA que no olvidé: en el marco de una clase en la sede Drago, en una de las asignaturas del Ciclo Básico Común (CBC), un profesor se encontraba desarrollando su postura acerca de lo negativo y cruel que era el rol de los bancos para la sociedad. Aprovechando para hacer un breve comentario a colación, si bien no recuerdo palabras textuales, él hace referencia al origen histórico de este “mal” explicando que los cristianos y los musulmanes tenían prohibido por sus instituciones religiosas realizar préstamos con intereses, y los únicos que podían hacerlo eran los judíos, así dando origen a la banca.
Antes de sacar conclusiones, es importante aclarar lo siguiente: es verdad que los judíos, dentro de los principales pueblos que vivieron en la Europa de circa siglo XV, eran de los únicos que tenían permitido desde una óptica religiosa el préstamo con intereses hacia personas que no fueran correligionarias. Para los cristianos y los musulmanes esta actividad se había prohibido. Si lo que comentó el profesor es verdad, ¿por qué sus comentarios representan un uso de estas herramientas de difamación que previamente mencioné?
El uso de realidades parciales o descontextualizadas es una herramienta simple y popularmente empleada para comunicar con el objetivo de difamar. Creo que es aún más eficiente y pasa más desapercibida su instrumentación si se la aplica en dirección a un tópico que no es central en el marco de la clase en cuestión -en este caso los judíos o el judaísmo-. Repudio que se aliente a actuar de distinta manera en términos comerciales según el credo de las personas y de todas maneras, esta es una postura crítica cargada con ideas más propias de nuestra época.
El punto es que esta no era una clase de ética y moral del judaísmo ni de religiones comparadas, sino de economía e historia económica. El profesor, a la hora de referirse al origen de una institución y condenando profundamente su papel histórico, decidió hacer referencia solamente a un pueblo de los varios involucrados en la actividad prestamista, atribuyéndoles radicalmente la idea fundacional y la responsabilidad de eso que “tanto daño nos hace hasta hoy en día”. No se refirió a los Medici, famosa familia de Florencia del siglo XIV de comerciantes y usureros con un altísimo grado de influencia en la sociedad; ni a Marco Julio Bruto, conocido por gran habilidad usurera en la Roma del siglo I a.e.c. Pero fundamentalmente, omitió referencia a las múltiples prohibiciones en diversos ámbitos laborales que tenían los judíos para esa época, las cuales les impedía desarrollarse como los demás ciudadanos y los llevaba a dedicarse a oficios que le permitieran subsistir. Por ejemplo, el comercio y el préstamo. En cambio, el profesor -en un pequeño comentario al pasar- decidió hacer referencia a los judíos y dejar por sentado a más de 40 alumnos de aproximadamente 19 años que había un culpable del origen de todo esto.
Quizás el lector se sienta identificado. Varias veces escuchamos en diferentes entornos sobre comentarios que se encuentran en el borde. Incomodan y generan una sensación de malestar, justamente porque la sutileza del acto discriminatorio habilita el libre juego de opiniones e interpretaciones. Dentro de la libertad de expresión que caracteriza a una sociedad democrática: ¿cuáles son las herramientas que tenemos para contrarrestar eficientemente los discursos del odio?
No tengo una respuesta cerrada ni es mi intención ahora presentar una metodología para abordar esta problemática. El bagaje cultural antijudío presente en la sociedad latinoamericana y en el mundo en general se puede atribuir a diversas razones y muchas son claramente reconocibles. Otras las entiendo como pequeñas acciones, pequeños comentarios, que funcionan como “micro-mensajes” que logran transmitirse silenciosamente haciendo su aporte para mantener vivo en el inconsciente colectivo un odio irracional. Para avanzar como sociedad, aún debemos hacer un gran esfuerzo por visibilizar e innovar el modo de combatir y erradicar todas las ideas de odio y discriminación presentes.
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