No es necesario ser economista para darse cuenta que la situación actual del Covid-19 traerá aparejada una crisis económica mundial de enormes dimensiones. Al día de hoy, algunos especialistas ya opinan que podríamos estar en presencia de la mayor depresión económica desde la sufrida en el año 1929.
Lamentablemente, si hay algo que nos ha demostrado la historia, es que los contextos de crisis vienen de la mano del crecimiento de discursos e ideologías de odio que buscan crear chivos expiatorios para los males que el mundo está padeciendo. Sin embargo, los intolerantes no nacen con las catástrofes económicas. Simplemente, se encuentran en la marginalidad política esperando la oportunidad perfecta para pasar al estrellato y atacar al “otro”, culpable de todo lo que sufre la humanidad.
Lo novedoso es que, en estas épocas de angustia general, los discursos segregacionistas, racistas, antisemitas, islamofóbicos o xenófobos, parecen encontrar más personas dispuestas a creer que su padecimiento es producto del obrar de alguna minoría en particular. Basta con ver las redes sociales para detectar una mayor circulación de teorías conspirativas en las que el judaísmo o el sionismo internacional crearon el virus, ya sea para matar personas, o destruir las economías nacionales y avanzar con su plan de dominación mundial.
Evidentemente, estas ideas parecen absurdas para una persona informada sobre las campañas históricas en contra del pueblo judío. Sin embargo, pueden tener mucha influencia en oídos de alguien que la está pasando verdaderamente mal, tanto en el aspecto económico como social, a causa de la cuarentena, y no está familiarizado con la temática. El peligro reside en que los intolerantes le acercan una respuesta clara y concreta sobre quien le está haciendo tanto daño y adonde debe focalizarse su malestar.
Este mecanismo parecería ser demasiado simple, pero recordemos que vivimos en la era de las fake news: creemos en las premisas y verdades ofrecidas y no en las pruebas que las sustentan.
Entonces, ¿Puede la crisis económica del Coronavirus impulsar las carreras de agrupaciones que promueven políticas de odio tal como ya sucedió en el pasado?
El año 1928 parecía ser letal para las pretensiones y proyecciones del partido nazi de Berlín. Habían pasado ya 8 años desde su fundación, y los únicos hitos que podía enunciar eran un fallido golpe de estado y algunos mediocres resultados electorales en los comicios federales de 1924.
El último sufragio de la década del 20 no fue una excepción a su estancamiento. Luego de una extensa campaña electoral, incluyendo por primera vez la participación del celebre Joseph Goebbels, el Partido obtuvo únicamente el 2,63% de los votos, ocupando el noveno puesto en cantidad de sufragios obtenidos, lo que permitía vislumbrar la notable pérdida de adeptos a la “Gran Causa” nazi.
Tan solo 5 años después de esta situación políticamente cuasi terminal, Hitler fue nombrado Canciller de Alemania. ¿Qué sucedió en el medio para que esto fuera posible?
Por supuesto que existen múltiples factores que explican lo ocurrido, pero uno se destaca por sobre los demás: “La Crisis del 29”.
La “Gran Depresión”, que llevó a la economía mundial hasta sus pisos más profundos, tuvo un enorme impacto en Alemania, cuya recuperación post Primera Guerra Mundial dependía en gran medida de los préstamos norteamericanos, los cuales, por supuesto, finalizaron tras la caída de la Bolsa de Wall Street.
Es precisamente en dicho contexto donde las ideas nacionalsocialistas encontraron su perfecto caldo de cultivo, señalando a los judíos y otros enemigos del pueblo como los culpables y victimarios de todos los males que estaban sufriendo los alemanes.
Sin embargo, el partido Nazi no fue el único beneficiado de esta crisis. Otras doctrinas similares, tales como el fascismo y sus variables, también tuvieron su expansión o consolidación, dependiendo del caso, producto de la afectación económica general. En una época en la que la Democracia no era necesariamente el sistema predilecto, se afianzaron ideologías que buscaban presentarse como el nuevo modelo político a adoptar.
Las atrocidades generadas por los movimientos nazis y fascistas no necesitan mayor desarrollo. La combinación de este tipo de ideas con las herramientas estatales crearon algunas de las peores manchas que la humanidad puede tener en su historia universal.
Desde hace décadas que existen personas en el mundo que dedican gran parte de su vida y tiempo a mantener viva la memoria de las víctimas de semejantes actos. Probablemente, el lector puede identificarse con este grupo o conoce personas que se dedican a ello.
No obstante, también hay sujetos que invierten sus recursos en procurar que las ideas de los genocidas tampoco sean olvidadas. Existen millones de individuos que al día de hoy piensan que la respuesta a los problemas mundiales se encuentran en las enseñanzas y ejemplos del nazismo y fascismo, incluyendo sus propuestas segregacionistas, xenófobas y raciales.
Algunos de estos grupos deciden obrar por fuera del sistema democrático, mientras que otros operan desde adentro, buscando acceder al poder por la vía electoral, para luego destruir la democracia con las propias herramientas que les provee el poder soberano. Lamentablemente, casi todas las naciones poseen este tipo de agrupaciones, pudiendo cada uno pensar su ejemplo local, dependiendo del lugar donde se encuentre residiendo el lector.
Afortunadamente, la gran mayoría de estos partidos políticos aún no han logrado grandes resultados electorales, siendo en general miembros marginales de los sistemas políticos que integran.
Por supuesto que uno puede mencionar ejemplos que contradicen la norma, dado que movimientos como “ADF” en Alemania, “FPO” en Austria o “RN” en Francia vienen demostrando importantes avances electorales. Sin embargo, aún los partidos más exitosos deben esconder sus alas radicales por miedo a perder apoyo político y popular.
En lo que respecta a los partidos que no ocultan su radicalismo, tales como “NPD” en Alemania, o Jobbik en Hungría, su importancia política es prácticamente nula.
Haciendo un seguimiento de su evolución en los últimos años, tendría que ocurrir algo verdaderamente dramático, radical, inesperado y a escala mundial, como para imaginar un hipotético futuro en el que esto pudiera cambiar. La lectura de la presente nota en cuarentena parecería indicarnos que ese tan improbable acontecimiento podría estar sucediendo en este mismo momento.
No son pocos los difusores de discursos de odio que ven en esta crisis una oportunidad para despegar de una vez por todas, mostrandose como el bote salvavidas de las dificultades venideras.
En Argentina podemos encontrar el ejemplo de Alejandro Biondini, líder del partido de extrema derecha “Bandera Vecinal”, quien en su cuenta de Twitter ha dicho de manera clara y contundente:”Mucho globalismo, pero cuando vienen las crisis y las emergencias, el Nacionalismo es la única solución y salvataje al que deben apelar los países”.
Es cierto que el mundo ha cambiado en los últimos 80 años, creándose nuevas garantías para la protección del sistema democrático y sus valores. En general, los Estados adoptaron constituciones que regulan la división de poderes y la prohibición de cualquier tipo de discriminación en pos de evitar la aparición de regímenes totalitaristas como los arriba mencionados, existiendo ejemplos de normas supremas como la italiana o la portuguesa que expresamente prohíben la ideología fascista.
Retomando la pregunta inicial, ¿serán suficientes esas garantías para evitar que estas nefastas ideas florezcan en el marco de la venidera crisis económica del Coronavirus? ¿O acaso estaremos en presencia del impulso que todos los partidos neonazis y neofascistas estaban esperando para acceder al poder y adoptar medidas discriminatorias, xenófobas, racistas, antisemitas o islamófobicas?.
Por supuesto que no soy futurólogo ni poseo la bola de cristal que revele la respuesta exacta a las mencionadas inquietudes.
No obstante, sí puedo opinar que todas las leyes, incluyendo las constituciones, son vulnerables ante partidos que logran tomar el poder con el suficiente apoyo como para modificar las reglas de juego, incluyendo aquellas que pertenecen a las bases de la Democracia. En la práctica, las garantías constitucionales no resisten ante gobiernos que las consideran obstáculos para cumplir sus objetivos finales.
La solución no estará en la letra de la ley sino en los aprendizajes que la humanidad pudo obtener de los hechos del pasado y el convencimiento con el que han sido transmitidos a las nuevas generaciones que no vivieron las tragedias de la década del ‘30 y del ‘40. Respecto a esto es importante no confundirse. Si bien la comunidad judía pudo haber transmitido perfectamente a sus jóvenes los hechos aberrantes sufridos en el siglo XX, para evitar que surjan este tipo de gobiernos, es necesario que la sociedad entera haya aprendido acerca de dichos sucesos.
Se viene una gran prueba de fuego para los sistemas que se organizaron para evitar la reiteración de la historia. Esperemos por el bien de todos que el resultado sea un sobresaliente. Mientras tanto, mi propuesta para los lectores es la de no quedarse quietos ni entrar en pánico. Existen acciones que se pueden realizar para colaborar en la lucha contras las ideas y proyectos de los intolerantes.
En primer lugar, investigar y conocer cuáles son esos partidos neonazis y neofascistas que están al acecho de que todo se derrumbe para hacer leña del árbol caído. En un futuro intentaremos facilitar esa información desde este espacio para favorecer la tarea.
En segundo lugar, ayudar a las personas de su entorno que pueden estar reproduciendo discursos de odio o teorías conspirativas en contra de una minoría, informandolos acerca de la realidad de los hechos, siempre que sepan con certeza que el conocido está repitiendo lo que leyó desde un lugar de ignorancia y no de odio. Caso contrario, no pierdan el tiempo debatiendo con una pared.
A modo de conclusión, en sintonía con esta época de términos médicos, podemos decir que ya conocemos la enfermedad del odio y sus antecedentes clínico-históricos, ahora debemos enfocarnos en el presente y en el célebre “prevenir, antes que curar”.
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