Tras las “largas” elecciones presidenciales de Estados Unidos llevadas a cabo el martes 3 de noviembre de 2020, han surgido varios interrogantes de extrema importancia. Uno de ellos -quizás uno de los más importantes- ha sido la incertidumbre respecto a las relaciones que mantendrían el gigante norteamericano y el Estado de Israel con el candidato que ha conseguido la mayor cantidad de electores, Joe Biden, en comparación con la política exterior de Donald Trump los últimos cuatro años.
Tras el logro de tres acuerdos de paz históricos entre Israel y tres países árabes (Sudán, Bahrein y Emiratos Árabes Unidos), el actual presidente norteamericano Donald Trump se ha posicionado, sin dudas, en uno de los peldaños más altos -para muchos la cima- de los primeros mandatarios de Washington que han hecho más por la resolución del conflicto en Medio Oriente. Ahora bien, varias preguntas deben formularse para plantear un panorama más claro y previsible: ¿cambiará la relación bilateral entre Estados Unidos e Israel frente a la victoria de Joe Biden en las elecciones? ¿hubo alguna vez un cambio sustancial en el relacionamiento de ambos Estados? ¿cómo está compuesto el vínculo?
En cuanto al primer cuestionamiento, es de carácter imperativo comprender cómo funciona la política exterior de un Estado. A pesar de ser una política pública, el carácter que esta toma suele ser extremadamente discrecional a la posición y parecer del presidente con respecto al vínculo que su Estado debe tener con el resto del mundo. La política exterior estadounidense, por supuesto, no escapa a esta tendencia. En ese sentido, se ha repetido incansablemente que la política exterior que podría tomar Joe Biden sería una continuación -al menos en gran parte- de la que otrora tuviera el ex presidente Barack Obama
En el caso que aquí nos atañe, la presidencia de Obama es recordada por un notable cuestionamiento al gobierno israelí en cuanto a sus posiciones en Cisjordania y, fundamentalmente, por el Acuerdo Nuclear con Irán firmado en 2015. Sin embargo, se debe notar algo que generalmente pasa desapercibido: el financiamiento anual real promedio que Estados Unidos hizo a Israel en el período presidencial de Obama fue apenas menor al que hiciera su antecesor republicano George W. Bush, 3772 millones de dólares y 3374 millones de dólares respectivamente (ajustados por inflación a dólares de 2020)[1]. Sin ir más lejos, el financiamiento total anual promedio que hiciera la administración Obama en sus últimos tres años de gobierno (2014-2016) al sistema de defensa misilístico de Israel fue mayor al que hiciera la administración Trump en sus primeros tres años de gobierno (2017-2019), 670,34 millones de dólares y 625,92 millones de dólares respectivamente (ajustados por inflación a dólares de 2020)[2]. Entonces -podemos afirmar- el entramado complejo que compone la política exterior dista bastante más que la sola posición del primer mandatario.
La última afirmación abre una posible respuesta al segundo interrogante que aquí se ha planteado: efectivamente, hubo un momento en el tiempo donde la relación entre Estados Unidos e Israel se volvió prolífica, predecible y en constante aumento de cooperación, fuera quien fuera el presidente. Por supuesto, no se discute el poder de decisión presidencial sobre el rumbo de la política exterior, sino que en las relaciones que Estados Unidos ha mantenido históricamente con Israel, esa posición discrecional siempre se sostuvo sobre una base sólida que con el correr del tiempo fue cada vez más difícil de romper. La base sólida, entonces, no representa solo cooperación militar, sino también ayuda económica y relaciones institucionales amplias.
El momento en específico durante el cual se volvió “especial” la relación entre Estados Unidos e Israel fue durante el mes de septiembre del año 1970, como respuesta a los acontecimientos conocidos como Septiembre Negro en Jordania. Allí, el rey Hussein de Jordania se propuso destruir a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que desde hacía años amenazaba no solo el monopolio de la fuerza dentro del territorio, sino también la propia vida del primer mandatario. Al ser Jordania un Estado cercano a los Estados Unidos, la solicitud de la Secretaría de Estado norteamericana a Israel para que impidiese la ayuda siria a la OLP significó un cambio de rumbo y un punto de no retorno: Estados Unidos reconocía a Israel como un potencial gendarme regional que no solo había humillado al mundo árabe en la Guerra de los Seis Días en 1967, sino que ahora debía intervenir en los conflictos internos de los países limítrofes. Fue en ese momento cuando el flujo de financiamiento estadounidense al Estado judío aumentó más de un 400% y nunca más se redujo. Fue a partir de ese momento en el cual Estados Unidos se convirtió en el principal y fundamental aliado de Israel en Medio Oriente, fuera quien fuera el presidente.
Fue realmente sorprendente que tras años de intrigas y desacuerdos entre ambos países la relación creciera hasta como la conocemos hoy. Pese a ser Estados Unidos uno de los primeros países en reconocer a Israel luego de su independencia casi por decisión unilateral del presidente Harry Truman en contra de la mayoría de su gabinete, las diferencias entre los gobiernos de ambos países no tardaron en aparecer. Israel desde su creación había buscado la mejor manera que le permitiese sobrevivir en un ambiente marcadamente hostil que buscaba su destrucción. Dos fueron las opciones: construcción de un arma nuclear que disuadiera a los países árabes -generando un desbalance de poder en medio de la Guerra Fría- o el fortalecimiento de las Fuerzas de Defensa de Israel con material bélico convencional comprado a los Estados Unidos. No es de extrañar que el Primer Ministro Ben Gurión, principal impulsor de la opción nuclear, hubiese tenido desacuerdos con las administraciones estadounidenses de los presidentes Truman, Eisenhower y Kennedy. No fue sino hasta 1965, cuando Levi Eshkol con su par norteamericano Lyndon B. Johnson firmaron un memorándum de entendimiento en el que Israel aseguraba no introducir armas nucleares en Oriente Medio, siempre y cuando contara con las garantías de seguridad de los Estados Unidos. Ese fue el comienzo, en parte, de las relaciones que hoy conocemos entre Estados Unidos e Israel. La consolidación, no obstante, fue durante el mencionado Septiembre Negro de 1970.
De esta manera, la congruencia democrática y liberal que había caracterizado a los sistemas políticos de Estados Unidos e Israel aseguraron y solidificaron un vínculo que dura hasta nuestros días. En ese sentido, es ampliamente notorio cómo el apoyo a Israel desde Estados Unidos suele ser no solo bipartidario -más si se inspecciona el financiamiento anual desde 1970 y las diferentes administraciones tanto republicanas como demócratas- sino que ha ido creciendo paulatinamente a lo largo del tiempo.
Por último, la administración Trump ha sido quizás la cima de ese proceso de cooperación intensa que comenzó en 1970. El traslado de la Embajada de los Estados Unidos desde Tel Aviv a Jerusalem o el constante impulso que la administración Trump ha dado al proceso de paz en Medio Oriente puede verse tanto como una convicción, como también parte de una estrategia política que también convence a Primer Ministro Netanyahu. No debe minimizarse el hecho de que Sudán haya aceptado establecer relaciones diplomáticas con Israel, siendo la capital de ese país -Jartum- donde en 1967 se anunciaron los famosos tres no a Israel: no al reconocimiento de Israel, no a la paz con Israel, no a la negociación con Israel.
Era de esperar que una reelección de Donald Trump continuará con la tendencia actual de máxima cooperación entre Estados Unidos e Israel, pero incluso la victoria de Biden -podemos y debemos estar seguros- no romperá aquello que han forjado Israel y Estados Unidos cinco décadas atrás.
[1]Congressional Research Service, “U.S. Foreign Aid to Israel”, 2016 [en línea]. Dirección URL: https://www.everycrsreport.com/files/20161222_RL33222_38d8a59f2caabdc9af8a6cdabfabb963ae8b63ae.pdf
[1]Jeremy M. Sharp, “U.S. Foreign Aid to Israel”, en Congressional Research Service 2019 [en línea]. Dirección URL: https://www.everycrsreport.com/files/20190807_RL33222_54f0e84c97f844c91d228835e6cbbd1618f97a2d.pdf
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