Durante la mayor parte de mi adolescencia, tuve una intensa historia de amor con Jerusalén. Estoy hablando de pura intoxicación: estar enamorada de las piedras, la historia y la gente de esta antigua ciudad.
Viviendo en Nueva York y yendo a Jerusalén los veranos, traté de descubrir cómo mantener esta historia de amor desde lejos. Durante unos 5 años no dormía con una almohada durante la semana si estaba fuera de la tierra santa y me sentaba en el suelo durante un par de minutos cada noche antes de irme a dormir solo para recordar Jerusalén. Sí (¡sorpresa!) – Yo era una adolescente súper intensa con mucho fervor religioso.
En mi año de seminario, hice la promesa de que no iría al kotel sin llorar, sin encontrar una manera de movilizarme y la cumplí. Un par de años después del seminario, me inscribí en un curso para guías turísticos de Jerusalén, uniéndome a expertos en historia judía que anhelaban acercarme a las ciudades más hermosas. Luego traía a amigos y parientes y les daba mi propia guía de 3 horas sobre la historia judía a través del Barrio Judío de Jerusalén. Mi parte favorita de la ciudad vieja eran sus tejados; tenía mi parte favorita donde iba a rezar y meditar.
Cuando miro hacia atrás a esos años, los extraño. Extraño la pasión absoluta y el idealismo juvenil que vienen con certeza y confianza. Extraño la sensación de saber, de saber de verdad, que Dios estaba cerca de mí en esos momentos y en esas calles.
Pero también recuerdo otras partes. Yo nunca fui violenta o vengativa, pero mi fervor nacionalista se basó en historias simples que me llevaron a ni siquiera rechazar, pero en realidad simplemente no considerar o conocer a las ‘otras’ personas que también reclaman a Jerusalén como suya: madres y padres y abuelos e hijos que intentan crear sus familias y vivir con seguridad y dignidad.
Los palestinos comunes simplemente no eran parte de mi imaginación. Sus líderes y narrativas nacionales si lo eran. Los elementos más extremos de su sociedad lo eran. ¿Pero los palestinos como seres humanos normales con sus propios sueños y pesadillas? Mi historia de amor con mi ciudad no los conocía.
Recuerdo haber participado un año en la marcha de las banderas en Yom Yerushalayim. Creo que fue el año que estuve en seminario (2007-8). Tenía 18 años y estaba atrapada en la idea romántica de que iríamos por cada barrio de la ciudad y llegaríamos a orar en espacios sagrados a los que normalmente no tendría acceso. No conocía a nadie en la marcha y me uní sin ser consciente de la política nacionalista del evento. (Para que comprendan mejor, yo estaba participando de un seminario Haredi y en ese momento mi preocupación acerca de ir a la marcha era sobre lo trasgresora que estaba siendo al adoptar una orientación religiosa sionista en lugar de una haredí).
Mis recuerdos son borrosos: recuerdo orar frente al Monte del Templo en áreas generalmente cerradas al publico judio, recuerdo estar emocionada de celebrar mi amada ciudad.
Pero también recuerdo momentos de clara sobriedad en los que me di cuenta, como por primera vez, que estábamos marchando por barrios residenciales. Que estábamos perturbando la noche y el sueño de familias normales, algunos de ellos miraban por sus ventanas. Recuerdo que algunos jóvenes empezaron a golpear puertas y ventanas y yo estaba confundida y conmocionada, desorientada.
Tengo mucho más que decir y quizás algún día escribiré sobre mi propio viaje y los momentos en los que cambié de opinión, no sobre los valores fundamentales del sionismo, la soberanía judía y el estado de Israel, sino sobre el proyecto de cual yo misma era parte. Un proyecto donde la intoxicación ideológica esconde los elementos humanos e impide una política orientada a trabajar por una noción más amplia del bien común.
Por ahora, todos aquellos de nosotros que amamos a Jerusalén con todo nuestro ser y que rechazamos el tipo de intoxicación destructiva que podría llevar a uno a ver solo piedras sagradas y no vidas sagradas, tenemos mucho trabajo por hacer.
Envió mis fuerzas y apoyo a todos los líderes que trabajan para bajar las temperaturas, para promover la dignidad de todos los ciudadanos y habitantes de Israel. Que Hashem (dios) guíe sus manos.
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